Chilena
de nacimiento, uruguaya desde hace más de treinta años,
Maren Ulriksen es médica psiquiatra y psicoanalista, y profesora
agregada de la Clínica de Psiquiatría Pediátrica.
Trabajó muchos años en Asignaciones Familiares y fue
asesora en la redacción del nuevo Código de la Niñez
y la Adolescencia todavía no aprobado. Es consultora del
Instituto Nacional del Menor.
Cuando
se discuten las técnicas reproductivas -que cuestan, por
ahora, varios miles de dólares- conversar con una psicoanalista
con experiencia como consultora en adopciones, puede ayudar a recordar
que ser madre o padre, supone algo más que lo que se consigue
con una buena tarjeta de crédito. El aporte a las discusiones
éticas de esta entrevista, pasa por pensar un poco en qué
aventura se meten las personas cuando nacen y hacen nacer.
¿Por
qué la gente quiere tener hijos?
La
respuesta no es simple. Es algo consustancial a la estructura biológica
y a la construcción social de las personas. Toda especie busca
perpetuarse. A eso se suma la tendencia humana gregaria, de estar
en relación siempre con la vida de otros. La elección
de la paternidad y la maternidad es básica, más allá
de la elección del objeto sexual, de la forma de vida y de
la edad. Las parejas homosexuales, las mujeres solas, los niños
y las niñas, tienen el deseo de tener hijos, tanto como los
adultos que viven en pareja heterosexual.
¿Qué
pesa más, lo biológico o lo cultural?
Algunos
psicoanalistas han descrito "la pulsión de transmisión".
La cultura humana se construye a partir de la transmisión.
Esto es muy claro cuando se estudia el aprendizaje de los oficios
en la Edad Media, por ejemplo. Hoy, con el desarrollo tecnológico
aparece distorsionado, pero hay en las personas un deseo o pulsión
de transmisión muy fuerte. Y eso se puede hacer muy fácil
con un niño o una niña, que son, con respecto a los
adultos, seres aculturizados. Está también la fantasía
del control: si son "mis" hijos se puede controlar lo que se transmite.
Y hay otro puntal del deseo de tener hijos que es la lucha contra
la muerte. Trascender a través de los hijos, marcar al otro,
reconocer al otro, al semejante próximo que es el hijo y que
va a llevar la marca de los ancestros.
Usted
dice que los niños y las niñas quieren tener hijos.
Es
un deseo muy precoz. Las niñitas y los varoncitos juegan a
tener hijos. La identificación con los padres está marcada
por la presencia de este deseo que se manifiesta en el juego. No sólo
los adultos quieren ser padres o madres.
¿Qué
pasa con el llamado "instinto maternal"?
No
me gusta hablar de instinto. La mujer es criada para ser madre. Ahora
los hombres pueden tener embarazos, de modo que ellos también
podrían empezar a ser criados para ser madres. En alguna cultura
primitiva los hombres hacen un simulacro de parto al lado de sus mujeres
parturientas que es más atendido que el real. Lo cierto es
que los recién nacidos viven porque maman y alguien tiene que
ocuparse de eso. Es la madre la que toma a su cargo el bebé
para hacerlo sobrevivir. Pero para que el bebé madure no se
necesita sólo la leche. Es necesario el vínculo y el
lenguaje. Hay una prematurez en la cría humana que así
lo determina. La disponibilidad genética se desarrolla si el
bebé es asistido y no sólo amamantado. Eso es lo que
hacen las madres. Si se educara a los hombres para ello, lo podrían
hacer. Claro que no es fácil. Hay un acomodamiento corporal
de la mujer para atender al bebé. Se le afina el oído
por ejemplo, y condiciona su voz. La madre le habla en el registro
óptimo: esa vocecita suave tan característica es la
que mejor se escucha en los primeros días de vida.
Esa
disposición de las mujeres para ocuparse de los recién
nacidos no es entonces natural.
Muy
poco es natural en el mundo humano. La sociedad prepara a las mujeres
desde niñas para ocuparse de todos los cuerpos: niños,
enfermos, viejos. La socióloga francesa Colette Guillaumin
habla del sexage al referirse a esto. En su libro "Sexo,
raza y práctica del poder" ella dice que lo que hay que
preguntarse es si lo natural no será un artificio anclado en
relaciones sociales muy particulares, en las que a algunos individuos
se les asigna el lugar de objeto. Volviendo al instinto materno adjudicado
a las mujeres: en las familias extendidas, por ejemplo, las asiáticas,
está desdibujado el rol de la madre. Los niños no pertenecen
a la madre. Y hoy se habla del retroceso de la familia nuclear, del
desarrollo de las familias recompuestas, en donde el rol paterno lo
puede cumplir un hombre que no es el padre biológico.
Los
cambios sociales que usted menciona y la reproducción asistida
abren discusiones éticas. Usted, que ha trabajado acompañando
adopciones, tal vez pueda aportar su punto de vista. La adopción
parece un proceso en el que lo natural es cuestionado y en donde hay
que prestar atención a detalles de la construcción humana
en los que por lo general no reparamos.
Un
ser humano para construir su psiquismo necesita siempre ciertas condiciones
que no han cambiado: una relación privilegiada, un referente
humano de cuidados y de intercambio social, personas que cumplen la
función materna y paterna. Los cambios de esta figura fundamental,
cuando la adopción llega tarde, es nociva para los niños.
El bebé tiene una apetencia por el otro: satisfecho con la
leche, permanece prendido a los ojos de la madre. Necesita que una
persona lo invista, ponga en él su libido, quiera marcarlo
con algo propio, lo conozca, sepa qué cosa especial tiene como
bebé que lo diferencia de otros: su manera de tomar la leche,
sus ritmos de sueño, todo. Esa persona puede ser su madre biológica
o puede ser una madre adoptante, incluso una cuidadora de la institución
en que pasa sus primeros meses de vida. Eso sería algo interesante
para pensar.
Yo
le he escuchado decir a usted que todo hijo es adoptado.
Todo
niño tiene que ser reconocido como un "otro" por su madre y
su padre, como único, singular. Esa es una adopción
y es la única adopción posible, la única forma
de ser madre o padre de un hijo, sea biológico o no. Hay mamás
biológicas que son buenas adoptantes y otras que no. En la
consulta se ve. Hay quienes se acuerdan de cómo era como bebé
cada hijo y otras que hablan como si todos hubieran sido iguales.
Adoptar es "reconocer" al otro, es saber que uno es un adulto que
va a sostener a un niño y no al revés. El deseo de ser
sostenidas por un hijo aparece muy claro en las adolescentes que se
embarazan.
En
el deseo de ser madre o padre aparece siempre la expresión
"mi hijo", un hijo que sea "mío".
Esa
expresión coloca toda la maternidad en lo biológico.
Si fuera así un hombre que abandona a un bebé seguiría
siendo su padre veinte años después. Y no lo es. La
biología da la semejanza en los rasgos físicos. Pero
hay hijos adoptados que terminan pareciéndose a los padres
adoptivos. Lo más importante en este punto es que el hijo no
es "mío". No es objeto del otro, del deseo y del poder del
otro. Cuando las madres dicen "no me come", "no me estudia", muestran
que no hicieron la adopción, el reconocimiento del hijo como
otro distinto a ellas. También hay mucha fantasía. La
experiencia del parto, ¿cuántas mujeres la recuerdan
con felicidad? Hay una gran carga de imaginario, que crea mucha culpa
en las adopciones y es lo que hay que trabajar en ellas. Culpa porque
ese hijo no es "mío", por haberse apropiado del hijo de otra
persona. Este sentimiento se acentúa en las adopciones ilegales
o hechas sólo a partir de un juzgado. Cuando hay una institución
que acompaña el proceso, la culpa se aminora. El problema mayor
de la culpa es que impide poner límites, y sin límites
los hijos no crecen. Y es falso que lo biológico crea lazos
que nunca se van a romper. Esa es una fantasía. Lo mismo sucede
con el temor a la herencia patológica.
Usted
hace el acompañamiento de adopciones en casos difíciles.
¿Qué es lo que hace difícil una adopción?
¿Y qué es lo que se puede llevar de aquí a la
reflexión ética en el caso de la reproducción
asistida?
En
toda adopción hay tres temores, tres momentos críticos:
la revelación, la búsqueda de los progenitores y lo
que yo llamo la construcción de la novela familiar. La revelación
es ese momento en que hay que decir al niño que es adoptado.
Ese momento, ahora es sabido, debe ser cuanto antes. Si es un bebé
se le dice al bebé. Cada quien sabe cómo encontrar la
manera más sencilla de decirlo. Aquello de los "padres verdaderos",
es una idea vieja. Esto hay que manejarlo también en los casos
de reproducción asistida.
La
búsqueda de los progenitores es un deseo que aparece en todo
hijo adoptado. Ahí surge la angustia de los padres adoptantes,
el fantasma de los "verdaderos", la culpa por haber tomado de otros
lo que ellos no pudieron tener por sí mismos. Y se instala
en los niños o adolescentes o jóvenes que buscan a sus
padres biológicos, la idea de abandono, de que hubo un niño
no querido, no recibido, y al mismo tiempo la pregunta de por qué
esto fue así. Y, como decíamos, en los niños
y en los adultos a su vez está presente el deseo de ser padres,
madres. Aquí se cuela otra vez la idea de lo "natural": Querer
al hijo es "natural", lo otro no lo es. En algún momento se
presenta ese deseo fuerte de saber quiénes son los padres biológicos.
Y lo bueno es que los padres adoptantes puedan acompañar a
su hijo en esta búsqueda. ¿Qué se hace con la
satisfacción de ese deseo en el caso de la reproducción
asistida? Es interesante pensarlo. En cuanto a la construcción
de la novela familiar, se trata de las fotos, los álbumes,
la historia del niño contada una y otra vez por los padres,
que quiere saber que fue deseado, que estuvo en la panza, que fue
recibido, reconocido. Quien tiene hijos sabe que los niños
quieren que se les repita la historia de que estuvo en la barriga
de la mamá. Esta necesidad es más difícil de
satisfacer en el caso de las adopciones, pero se puede hacer, con
flexibilidad, a veces incluso jugando, fantaseando. ¿Cómo
se hace en el caso de la reproducción asistida? Todo esto hay
que pensarlo. Del mismo modo que hay que pensarlo en el caso de los
hijos de padres y madres desaparecidos.
Las
personas que adoptan ¿por qué lo hacen?
En
general frente al fracaso de lo biológico. También se
dan casos de parejas que tienen hijos biológicos y después,
por alguna circunstancia, adoptan uno o varios hijos. Hay quien lo
hace porque le gusta: tiene hijos biológicos y decide adoptar
otros. Eso depende de las condiciones históricas, ideológicas
de la pareja. Hay parejas estériles que adoptan y resulta que
después la mujer se embaraza. Históricamente la adopción
apareció junto con la herencia, cuando falta el heredero natural
o éste es incapaz. Muchos emperadores romanos fueron adoptados
por sus padres para mantener el imperio. El Código Napoleónico
introdujo la adopción porque Napoléon no tuvo hijos
con Josefina. La gente no empezó a adoptar para hacer el bien
a los niños sino para perpetuar herencias. El discurso de los
derechos del niño es moderno, tanto como la noción de
niño. Incluso la noción de madre que incluye la crianza
es moderna. Antes existían las nodrizas. Pero aún en
la adopción moderna lo primero es el deseo de ser padre o madre.
La gente quiere tener hijos. Más allá del deseo sexual
y más allá de todo. Y hoy los avances tecnológicos
permiten pensar en posibilidades inusitadas de tener hijos.
En
las instituciones en que usted trabaja se busca que los hermanos sean
adoptados por una misma familia. Esto coloca a las personas que tienen
el deseo de adoptar frente a esa realidad de lo que significa ser
hijo o hija y padre o madre que usted describe.
La
realidad es que la maternidad -como la paternidad- es un don gratuito.
Derrida (Jacques) trabaja esto del don. Cada quien es investido como
padre o madre por un niño. El placer del intercambio, de estar
con el otro, de acompañarlo, de ayudarlo a crecer es lo que
cuenta, más allá del cálculo de cuánto
me das y cuánto te debo. Las premisas son el deseo de alimentar,
de transmitir, de marcar y después, de intercambiar con otro.
Cuando el bebé llega no es ese gordito de cinco meses que está
en el imaginario de todas las mujeres. Cuando crece tampoco. Pero
siempre su llegada es un hecho trascendente que cambia la vida y el
tiempo de las personas. Y debe seguir siéndolo, en el caso
de las adopciones y de la reproducción asistida, incluso si
los niños nacieran de donantes de células, sin deseo
alguno o con un deseo distante, "frío". Puede hablarse de nuevas
subjetividades, de elección de embriones, de vientres portadores,
de bancos de esperma, de lo que sea, pero a un hijo siempre hay que
prepararle el nido, esperarlo, recibirlo, investirlo, marcarlo, reconocerlo...
Carina
Gobbi