A casi 5 años de la IV Conferencia de Naciones Unidas sobre
la Mujer, la ONU vuelve a convocar a Gobiernos y ONG, esta vez para
realizar una evaluación de la implementación de la Plataforma
de Acción Mundial para el avance de las mujeres.
El
proceso Beijing + 5, como se le llama en la jerga críptica,
supone la elaboración de documentos nacionales donde los Gobiernos
den cuenta de los mecanismos implementados para el logro de las metas
estratégicas definidas en aquélla Plataforma.
Para
las organizaciones de mujeres que hemos impulsado mecanismos de seguimiento
y control de los estados, no son pocas las preguntas planteadas en
torno a esta evaluación.
¿
Se ha avanzado? Cómo medimos los avances? ¿Dónde
y por qué se mantienen trabas y dificultades ? Qué elementos
tenemos en cuenta al hablar del avance de la equidad de género?
¿Cómo
se relaciona la calidad de la democracia con los avances o retrocesos
en la situación de las mujeres?
¿
Cómo ponderamos algunos logros básicos, como la universalización
de la educación y el ingreso y permanencia de las niñas
en el sistema educativo, en relación a la calidad de la enseñanza
y los contenidos no sexistas?
¿
Cómo valoramos el surgimiento de programas y acciones gubernamentales
que contemplan algunas de las líneas de acción definidas
en el Plan de acción y su relación con el conjunto de
las políticas económicas y sociales de los países?
En
definitiva, ¿qué monitoreamos y controlamos?
¿Cuál
es el papel de las organizaciones de mujeres y de las feministas en
relación a esta Plataforma?
Hemos
vivido momentos difíciles al intentar discutirlo entre las
diferentes corrientes del feminismo, pero más difícil
fue asumir el desafío de construir un diálogo con otras
mujeres, construir una herramienta ciudadana de participación
que fortaleciera el pensamiento crítico, independiente y propositivo
de las mujeres.
Decía
el otro día Fernando Andach ( conocido semiólogo uruguayo)
hablando de la pasión por el futbol, que en realidad lo que
existe en Uruguay es una extraña pasión por lo colectivo,
con toda la carga positiva y negativa que esa pasión nos imprime
a todos.
Con
esa pasión hemos trabajo los últimos 5 años,
ciudad por ciudad, para hacer de la Comisión de Nacional de
Seguimiento a los Compromisos de Beijing, un instrumento político
para y de todas las organizaciones de mujeres uruguayas.
Y
sin embargo, ese trabajo colectivo no alcanza para responder una pregunta
básica: ¿tenemos fuerza política para confrontar
con los gobiernos modelos de desarrollo diferentes?
Es
más fácil interpelar a los gobiernos sobre aspectos
concretos, una ley, un programa, un servicio, que intervenir en el
debate sobre los modelos económicos o la propia institucionalidad
democrática. Para construir esta capacidad de interpelación
es necesario fortalecer la articulación política de
las organizaciones, construir agendas colectivas negociadas entre
nosotras, y abrir los espacios a otros debates que nos importan tanto
como las políticas para mujeres y que nos dicen más
sobre la equidad/inequidad de género que muchos de los programas
paralelos y los servicios para la mujer que los estados han creado
en los últimos años.
En
la Prepcom de la Conferencia de El Cairo hubo pocas evaluaciones y
muchas revisiones. Los textos y conceptos que se pelearon hace 5 años
volvieron a ser cuestionados y debatidos por el Vaticano y gobiernos
aliados. Estos siguen siendo reticentes a aceptar una "cultura del
monitoreo" que habilite desde la sociedad civil la fiscalización
de sus acciones. Desde las ONG, las dificultades para ejercer esa
fiscalización, se vinculan tanto a las funciones técnicas
y a la " venta de servicios para el Estado" como a las dificultades
de articulación de un movimiento social fragmentado.
En
este marco, el proceso de Beijing + 5, es decir, la evaluación
de logros y dificultades para la aplicación de la Plataforma
de Acción, deberá poner en discusión las diferentes
estrategias que hemos impulsado, las posibilidades de articulación
con otros setores de la sociedad en torno a demandas democráticas
más amplias y, fundamentalmente, la capacidad crítica
de nuestras organizaciones para evaluar y presionar, para cuestionar,
controlar y exigir los servicios y programas que las mujeres se merecen.