Libertad,
fraternidad, paridad
El estado de las cosas
Una
foto del parlamento francés no es muy distinta de una foto del parlamento
uruguayo: una multitud de hombres salpicada con alguna excepción del
otro sexo. La Asamblea Nacional francesa cuenta con un 10,9% de mujeres,
menos que cualquier otro país europeo (salvo Grecia) y menos que la
mayoría de los países del mundo.
Sin
embargo, en Francia como en Uruguay, la igualdad de derechos entre
hombres y mujeres está consagrada en la Constitución. Podría pensarse
entonces que se trata de un desinterés de las mujeres por ocupar cargos
electivos que, si nos guiamos por la letra escrita, están tan disponibles
para ellas como para sus colegas masculinos.
La
polémica que se desató en Francia sobre esta engañosa apariencia tiene
una primera virtud: todo está en discusión pública. Si bien no siempre
resulta determinante que un tema se debata en los ámbitos parlamentarios,
en este caso resulta hasta divertido ver jugar el partido en una de
las canchas más recalcitrantes de la misoginia. Las mujeres quieren
igualdad de oportunidades en todos los campos, en el político también
y esto quiere decir igualdad de oportunidades para representar a la
población, para ser candidatas a todos los cargos.
El
concepto que manejan es el de la paridad y proponen para instaurarlo
introducir una reforma en la Carta Magna de la República. Esta es
la razón por la que la discusión ha alcanzado una repercusión envidiable.
¿Qué
es la paridad?
La
idea de paridad viene del modo de funcionamiento habitual de los militantes
ecologistas y feministas. Fueron "los Verdes" los primeros
en darle carácter de estatuto y en ponerlo luego en práctica, en las
elecciones de 1989. La Declaración de Atenas propuso unos años después,
la paridad en la representación y en la administración de las naciones.
Significa
concretamente la posibilidad de reflejar en el reparto de los cargos
electivos la misma división que existe en la población, de modo que
la relación entre el electorado y sus representantes tenga en cuenta
que si el electorado está compuesto por hombres y mujeres los representantes
electos deben poder reflejar esta realidad y ser también hombres y
mujeres. Para que así suceda se necesitan pues candidatas mujeres
que puedan resultar luego electas.
Más
sencillamente, para la presidenta de la comisión de Leyes que entiende
en esta materia, Catherine Tasca, la paridad significa el "número
exactamente igual de mujeres y de hombres en los puestos de responsabilidad".
¿Significa
esto que las francesas están reclamando cuotas de representación?
La paridad trasciende el problema de las cuotas al quitarle su carácter
dadivoso, fundado en los derechos de las minorías oprimidas, para
constituirse en un reclamo universal. La paridad cuestiona justamente
el concepto republicano de universalidad señalando que hasta el momento
no ha servido para otra cosa que para enmascarar el monopolio masculino
de la representación. Hasta el presente, la benemérita igualdad de
derechos entre hombres y mujeres no ha sido suficiente para modificar
el aplastante dominio masculino en los puestos de mando.
Lo
universal, dicen las paritarias, no es una abstracción de humanos,
está formado en realidad por hombres y mujeres. El concepto de soberanía
entonces, debe también hacerse cargo de esta mixtura.
La
paridad: Una humanidad sexuada
Tras
la bandera de la paridad se exige que se modifique la Constitución
incluyendo en su artículo 3, una frase:
"La
ley determina las condiciones en las cuales se organiza el igual acceso
de las mujeres y de los hombres a los mandatos y a las funciones".
La
discusión escapó de los ámbitos feministas para instalarse en los
centros del gobierno. Contando nada menos que con la aprobación del
presidente Jacques Chirac y el impulso entusiasta del primer ministro
Lionel Jospin (recordemos que las mujeres votan y que tanto Jospin
como Chirac ya están en campaña), la modificación constitucional va
y viene. Votada en diciembre último sin discusión, rechazada luego,
el 26 de enero de este año, por el Consejo Constitucional y retomada
el 16 de febrero otra vez por la Asamblea Nacional, sin resolución
definitiva hasta la fecha.
La
propuesta incluye una forma de penalización proporcional para los
partidos políticos que no cumplan con la disposición.
La
reforma pergeñada pretende reforzar la afirmación de igualdad ya existente
en el preámbulo de la Constitución pero que hasta ahora ha sido incapaz
de producir igualdad concreta. El texto que se quiere agregar al artículo
3 pretende justamente forzar ese pasaje de lo formal a lo real.
Esta
reforma significa un intento de separar el sexo de las categorías
que hasta el presente lo igualaban a parámetros como raza, religión
o clase, así como asociaban en forma indisoluble a las mujeres a otros
grupos particulares tales como los niños, los enfermos o los judíos.
Se
señala la necesidad de un igual acceso de las mujeres y de los hombres
a los mandatos y funciones, es decir, a los mandatos del soberano
y a las funciones de sus representantes.
Y
puesto que el soberano, se plantea, está compuesto por hombres y mujeres,
debe tener la posibilidad de mandatar por igual a ambos para cumplir
las funciones de representación de su voluntad. Es, como dice Geneviève
Fraisse, "redefinir al soberano y al ejercicio de la soberanía
democrática con este universal concreto que es la humanidad sexuada."
La
paridad es una medida para forzar la democracia en los planos profesionales
y políticos, pero no tiene el alcance de modificar las diferencias
económicas que, según Fraisse, es tanto un asunto de igualdad como
de libertad. Y en ese terreno, el de la libertad financiera, las mujeres
están lejos de la igualdad.
En
contra
Es
necesario aclarar que si bien hay férrea oposición a la modificación
constitucional al respecto de la paridad, nadie duda en Francia que
la subrepresentación de las mujeres es un estigma para una nación
que se jacta de ser vanguardia en la lucha por los derechos humanos.
El
debate cuenta, entre los opositores a la reforma, con feministas célebres
y por supuesto con multitud de hombres. Una de estas feministas es
Elisabeth Badinter, cuyos argumentos no pueden ser consi-derados dentro
de un despectivo "viejo feminismo".
La
resistencia masculina a compartir el poder político, dice Badinter,
es un mal en vías de curación. "Pero ¡a qué precio! En 1793,
las mujeres fueron excluidas de la ciudadanía a causa de su diferencia
natural. Doscientos años más tarde ellas se imponen en política en
nombre de este mismo criterio. Lo biológico funda el derecho gracias
a una manipulación de conceptos muy peligrosos para la igualdad de
los sexos."
En
opinión de Badinter no es el concepto de universal lo que merece juicio
sino los hombres que escarnecen el principio de la universalidad.
"Antes de sexuar el concepto de humanidad a riesgo de alterarlo
radicalmente, hubiera valido más batirse por hacer respetar los principios
republicanos. El universalismo ha explotado ante las reivindicaciones
biológicas". La escritora señala que las paritarias "describen
a las mujeres como obligadas a adoptar una actitud viril, de alienarse
pues, para hacerse un lugar en un mundo masculino, y parecen ignorar
que ninguna de las virtudes pretendidamente masculinas (dominio de
sí, voluntad de superarse, gusto por el riesgo, por el desafío de
la conquista) les es ajena. (...) Es reconociendo que las virtudes
masculinas y femeninas pertenecen a los dos sexos que se progresa
hacia la igualdad. La humanidad no es doble. Cada hombre y cada mujer
es depositaria de la humanidad entera. Retomando el discurso de la
dualidad, las paritarias vuelven a encerrar a hombres y mujeres en
los esquemas estereotipados de los cuales es tan difícil salir. El
verdadero progreso hacia la igualdad de los sexos pasa por compartir
tareas cotidianas, domésticas y paternales, con los hombres, y la
autonomía financiera de las mujeres. En tanto esas dos exigencias
no se cumplan, la igualdad es engaño. Habrá quizá mañana tantas mujeres
como hombres en las instancias políticas, pero en tanto pesen sobre
ellas la doble jornada de trabajo y la exclusiva responsabilidad de
la casa y de los hijos, solo las solteras o aquellas que tienen los
medios de hacerse secundar en la casa podrán acceder a ellas. Para
que las mujeres encuentren en fin el lugar legítimo que la República
les debe, basta con que todos los partidos políticos decidan someterse
al principio de igualdad. Esa sería la mejor manera para ellos de
probar que sirven a la República universal.»
Muchos
hombres comparten esta posición, entre ellos el esposo de Elisabeth
Badinter, el senador Robert Badinter, en particular los conceptos
que vinculan la puesta en marcha de la paridad a la decisión de los
partidos.
A
favor
La
filósofa Sylviane Agacinsky resume los argumentos a favor de la paridad:
"La idea de paridad tiene por cierto, méritos: ha permitido
hacer volar en pedazos el consenso blando de un feminismo adormecido,
y ha obligado a replantear la cuestión de la diferencia de los sexos.
Cuando los adversarios de la paridad llegan en efecto a comparar las
mujeres a una categoría social, léase a un grupo particular, como
los corsos o los bretones, es tiempo de volver a algunas consideraciones
elementales. La diferencia de los sexos, en efecto, aun si debe
tanto a la cultura y a la historia como a la naturaleza, no podría
compararse a ninguna otra. La dualidad de los sexos constituye por
supuesto una diferencia universal: componen la humanidad siempre y
en todas partes, y todas las sociedades dan sentido a esta diferenciación.
¿Hay que borrarla?
Agacinsky
señala que el nuevo feminismo responde negativamente a la pregunta,
porque no es aparentando ignorar la diferencia que se podrá salir
del actual monopolio masculino del poder y entrar en una sociedad
igualitaria y mixta.
Todavía
al final del siglo XIX, recuerda la filósofa, se temía que la familia
fuese destruida si en su seno hubiese dos votos en lugar de uno. Se
aceptó entonces tratar el derecho al voto para las solteras, las viudas
o las divorciadas... En esa época, no se invocaba la indivisibilidad
de la soberanía nacional o de la República, se defendía la de la familia.
Pero la apuesta era la misma: la igualdad de los sexos. Esta igualdad
puso fin a la autoridad marital y al exclusivo poder paternal, sin
destruir la familia.
La
Corte de Casación, dice Agacinsky, no se olvidó de recordar a las
sufragistas en 1885: La Constitución del 4 de noviembre de 1848, sustituyendo
por el régimen del sufragio universal el régimen censitario o restringido
en el cual las mujeres estaban excluidas, no extendió a otros
más que a los ciudadanos de sexo masculino quienes, hasta ahora, eran
los únicos investidos para hacerlo, el derecho de elegir a los representantes
del país. ¿Y se pretende hacernos creer hoy que son las mujeresquienes
vienen a corromper la bella universalidad republicana? ¿Y nosotras
deberíamos considerar particularista la modesta ambición de figurar
equitativamente en las listas electorales, y como universalista un
régimen que fue masculino al 100 por ciento y que lo es aun al 90
por ciento? ¿Cómo no ver que ese lenguaje continúa considerando lo
masculino como lo universaly lo femenino como lo particular? "
Junto
a Agacisnsky hay multitud de hombres, entre ellos su marido Lionel
Jospin, que defiende a brazo partido la paridad, inclusive a costa
de una reforma constitucional que les puede complicar la vida en las
próximas elecciones. Y el mismísimo presidente de la República, Jacques
Chirac, quien preferiría encontrar otros caminos para alcanzar la
paridad, pero, si no hay más remedio, estaría dispuesto a aceptar
la reforma. Es que los votos femeninos son muchos...
¿Por
qué tanto lío?
Puesto
que todo el mundo parece de acuerdo en que las mujeres deben tener
acceso a los cargos públicos ¿por qué tanto lío? La pregunta que divide
las aguas es la de hasta qué punto es necesario introducir una reforma
constitucional para lograr la paridad.
Cierto
que la Constitución dice que todos los hombres son iguales ante la
ley, pero ¿debe entenderse que ese hombres se refiere a hombres
y mujeres? La respuesta afirmativa no es tan evidente, al menos no
lo fue hasta 1944, año en el cual se concedió el derecho al voto a
las mujeres francesas. Hasta ese momento sin embargo también se hablaba
de voto universal, pero ese universal quería decir ‘exclusivamente
masculino’. Luego, de a mordidas, el universal fue adoptando algunos
lunares femeninos, mayores o menores, pero siempre figuras aisladas
en el amplio fondo masculino. Y hoy, las declaraciones siguen diciendo
que hombres y mujeres son iguales ante la ley -más o menos en el mismo
sentido en que todos somos iguales pero en el reino de los cielos-
aunque los números sigan diciendo que sólo son iguales los hombres.
Cuando la discusión se topa con declaraciones pomposas se hace necesario
recurrir a los números. ¿Así que se acabó la discriminación? Veamos
los números. ¿Así que todos tienen buenas intenciones? Veamos los
números.
Francia
parece avergonzada de su exagerada ausencia femenina en el gobierno,
a pesar de los esfuerzos muy propagandeados de la administración Jospin
que incorporó un buen número de damas a cargos de responsabilidad.
Después de todo, dicen algunos senadores, así como las mujeres llegaron
a la universidad y a las profesiones sin leyes, también llegarán a
todos los cargos, inclusive a la presidencia. Como ironizó un periodista
francés, "sólo es cuestión de paciencia". Si siempre
fue posible acceder a los cargos, los augustos legisladores franceses
no se dieron cuenta o, como diría Manolito, "de hace 50 años
acá, señorita, no lo recordó nunca."
El
poder es "sexy".
Si
en Francia la proporción de mujeres en el Parlamento se arrastra hasta
el 10.9 %, y en Uruguay hasta el 6%, en Suecia en cambio la cifra
es de 43 %. Y en los ministerios las suecas son el 50 %.
Según
cuenta la periodista Ursula Gauthier (Le Nouvel Observateur)
en Suecia el feminismo está en la base de lo políticamente correcto
y, sobre una base ya muy importante de representación femenina se
votó, en 1980 una ley sobre igualdad de oportunidades que representó
en los hechos una discriminación positiva hacia las mujeres en el
campo laboral. En 1991 la cifra de mujeres electas cayó de 38 % a
33 %. Se creó entonces un movimiento semiclandestino de mujeres que
se puso a trabajar en secreto para apoyar a las mujeres políticas
de todos los partidos. Cuando el rápido crecimiento de este movimiento
les indicó que podían salir del anonimato, las mujeres amenazaron
con crear su propio partido y presentarse por separado. Las bromas
cesaron súbitamente cuando una encuesta reveló que, de concretarse,
este partido contaba ya con un 40 % de las intenciones de voto, y
dentro de ese porcentaje, otro 40 % correspondía a votos masculinos.
De ahí , la aceptación de los partidos de presentar listas paritarias
en las elecciones de 1994 fue un galopito. Las organizadoras de este
movimiento suspiraron aliviadas porque, dijeron, era mucho mejor participar
en pie de igualdad en los partidos que integrar un partido de mujeres,
como si todas las mujeres debieran pensar y votar de la misma manera.
Para
Inger Segelström, presidenta de la Alianza de Mujeres Socialdemócratas,
la paridad es un problema de los partidos y es necesario que éstos
se vuelvan adultos para aceptar compartir el poder. La periodista
sueca María Pía Boethius agrega: "Hagamos política (...) porque
el poder vuelve sexy a los hombres".
Ivonne
Trías