Aparentemente,
las formas de vida moderna y los procesos de modernización ya han
incorporado a las mujeres al trabajo, a la vida social y política.
La píldora y otros medios anticonceptivos han posibilitado la práctica
de una sexualidad abierta; los gobiernos incorporan a sus agendas las
demandas de las mujeres y las conferencias internacionales garantizan
a través de tratados y convenciones la disminución de todas
las formas de discriminación. ¿Qué más entonces?.
La igualdad está en escena; la igualdad de oportunidades parece
haber reemplazado todas las preguntas feministas por la autonomía,
la libertad y los deseos de las mujeres. Es en este contexto que hablar
de feminismo acusa de mal gusto o de mal cálculo. Síntoma
de un trasnoche pasado de moda, ser feminista es hacerse cargo de un desprestigio,
más bien cargar con ese desprestigio.
En el
umbral de un nuevo milenio, los centros del mundo occidental y sus colonizaciones
periféricas parecen darse por satisfechas en haber acogido, al
menos en la letra de la ley, las demandas de igualdad de las mujeres.
En el mundo moderno todos y todas estamos de acuerdo en las igualdades
de derechos: económicos, culturales, laborales y políticos,
aunque algunas sepamos que esa igualdad es la igualdad dictada por lo
masculino dominante, es la igualdad de acceso a lo blanco para el indígena
o el negro, es la igualdad del heterosexual para el homosexual y la
lesbiana, es la igualdad del adulto para el viejo o el niño,
es la igualdad del hombre para la mujer. Sabemos también que
el campo de la vida cotidiana es otra cosa, que allí los funcionamientos
asentados en la costumbre y la ley no escrita reproducen las prácticas
de una cultura de discriminaciones y dominación masculina que
ha hecho necesario correr las fronteras de lo privado y lo público
para interrogar hablas, lenguajes, usos y modalidades diversas de las
dominaciones de género.
Las demandas
feministas no se contienen, todas, en la institucionalización
política del género, representada en los programas de
las oficinas estatales de la mujer, más aún, esas oficinas
instrumentalizan esas demandas según sus propios intereses, centrándose
mayoritariamente en capacitar a las mujeres para hacerlas funcionales
a los programas dominantes de desarrollo y crecimiento económico.
Es en
ese terreno donde comprobamos las fallas de la igualdad. Una igualdad
que falla. Una igualdad que crea problemas y que exige un nuevo derecho
que se formula como interrogante a las prácticas que emergen
de los cuerpos. Julia Kristeva la ha llamado «La cuarta, la igualdad
sexual, que implica la permisividad de las relaciones sexuales, el aborto
y la anticoncepción... Es pues esta cuarta igualdad la que plantea
problemas y parece esencial para la lucha de las nuevas generaciones».
Piedra de toque de la igualdad, la diferencia sexual pone en escena
la reivindicación de la diferencia, la especificidad de un cuerpo,
sus funciones, sus experiencias. Es lo que el feminismo actual llama
lo simbólico. «La diferencia sexual, biológica,
fisiológica y relativa a la reproducción, traduce una
diferencia en la relación de los sujetos con el contrato simbólico
que es el contrato social» (Kristeva).
Lo
sexual y lo simbólico
Los derechos
reproductivos y sexuales en este sentido parecen contener promesas de
eficacia para recuperar esas demandas feministas que han quedado soslayadas
por las políticas de igualdad en la medida que hay una igualdad
que no puede tener lugar. Los derechos reproductivos tienen esa facultad
de especificar la diferencia entre hombres y mujeres, diferencia que
posibilita, a su vez la pregunta por las diferencias en su relación
con el poder, con el lenguaje, con el sentido. Vuelvo a leer en Kristeva,
una señal en los derechos reproductivos que conjuga lo sexual
y lo simbólico para tratar de encontrar en ello lo que caracteriza
a lo femenino ante todo y a cada mujer en último término.
Plantear
desde las mujeres la cuestión de los derechos reproductivos y
sexuales de las mujeres señala en primera instancia la voluntad
política de hablar(se), de hablar el propio cuerpo, de interrogar
desde las propias mujeres los discursos masculinos sobre la sexualidad,
los regímenes de funcionamiento sexual, el deseo de la maternidad,
el aborto. Por eso hablar de derechos reproductivos y sexuales exige
hacerse cargo de la necesidad de despejar un área complicada
de problemas que quizás por primera vez en la historia está
siendo hablada por las mujeres. Más aún, por primera vez
en la historia las mujeres participan en la construcción de las
representaciones del cuerpo.
Imaginarios
y representaciones
Quiero
insistir en este aspecto, justamente en este momento histórico,
cuando estamos convencidas de la función que cumplen los medios
de comunicación en construir un horizonte social en la constitución
de imaginarios y representaciones, en este caso de género, que
es lo que aquí interesa. Esto quiere decir que las formas de
activismo que se emprendan en la actualidad deben reconocer que cualquier
forma de hacer política requiere de la intervención en
los medios de comunicación ya que la intervención de los
medios de comunicación cambia la política y la conciencia.
Esto quiere decir que las formas de hacer política en la actualidad
no pueden eludir la visualidad, el impacto de las imágenes en
la construcción de modos y modelos de vida. En relación
al cuerpo de las mujeres esto es fácilmente comprobable, basta
sentarse una tarde frente a un televisor para tomar conciencia de la
forma cómo los sistemas de poder disputan la representación
de los cuerpos de hombres y mujeres, sobre todo para descubrir cómo
los mensajes publicitarios trabajan con la sexualidad y el deseo que
proviene del ámbito del erotismo para promover los más
variados productos, el cuerpo de la mujer emula así, desde el
deseo de adquirir una prenda de vestir, de fumar, de beber, hasta jugar
con los montajes visuales que transforma una botella de pisco o latas
de cerveza en un cuerpo de mujer. La actualidad articula nuevas formas
de comprensión de la política donde el campo de la representación
señala una vía de transformación de lo social hasta
ahora desconocida, porque la ciudadanía, como ha dicho García
Canclini, también se realiza en las formaciones discursivas ejercidas
por el consumo. Esto construye una nueva articulación que sin
ser claramente representacional ni claramente política afecta
imaginarios, valores y símbolos culturales. La disputa actual
de las articulaciones discursivas se ejerce también en una lucha
por la representación desde los diversos intereses en juego.
Así se estereotipan cuerpos desde sus (in)conveniencias mercadistas;
los cuerpos estragados de los drogadictos, los cuerpos enflaquecidos
de los enfermos de SIDA y/o cáncer, los cuerpos fisioculturizados
de mujeres y hombres, los cuerpos anoréxicos exigidos por la
moda hablan de una batalla representacional del cuerpo que elude los
cuerpos reales de los hombres y mujeres que no se recubren de marcas
construidas por los discursos que sirven al poder. Una de las disputas
fundamentales de la actualidad, se despliega en los medios de comunicación
en el campo de la representación y producción de imaginarios.
Chile
Unido te acoge: campaña anti-aborto
Quisiera
ejemplificar lo que digo refiriéndome a una campaña anti-aborto
que hoy día se encuentra en circulación en los medios
de comunicación chilenos. La campaña promovida por la
Fundación Chile Unido y la Federación de medios de comunicación
social lleva por nombre «Chile Unido te acoge». Es realizada
por la Agencia de publicidad «180 Grados». Consta de spots
radiales, afiches pegados en espacios públicos y spots televisivos.
Su grupo objetivo lo constituyen las mujeres embarazadas, las mujeres
fértiles y la sociedad en su conjunto. Sus objetivos son persuadir
(en las embarazadas), prevenir (en las mujeres fértiles) y crear
conciencia (en la sociedad). Se plantean llegar a ellos, respectivamente,
acogiendo, demostrando y acusando. Esta campaña considera al
aborto como un problema social de la vida actual, en el que todos estamos
implicados; condena la contradicción establecida por una sociedad
que sanciona negativamente un embarazo no deseado, incitando con ello
al aborto, de lo que se trataría -es el eje de la campaña-
sería de acogerlo.
El lema
de la campaña televisiva es «Chile Unido te acoge»,
y el lema de los afiches es «Al abortar parte de ti también
se muere». Los dípticos que se reparten en lugares públicos
están encabezados por la frase «Si conoces a alguien aquí
tienes cómo ayudarla».
La campaña
televisiva consta de tres spots: en uno de ellos vemos por detrás
a una mujer joven que mira tras los cristales de una ventana a un niño
que corre. La mujer piensa, si tu no estuvieras habría terminado
mi carrera, si tú no estuvieras yo podría tener más
dinero... si tú no estuvieras yo podría haber hecho tantas
cosas... después de una breve pausa se ve que el niño
corre hacia su madre y ella corrobora, si tú no estuvieras...
mi vida no tendría sentido. La escena se desarrolla en una atmósfera
de paz, belleza, la mujer y el niño son rubios, ambos hermosos.
No hay problemas.
En otro
de los spots aparece una directora de liceo señalando que ahí
no puede continuar sus estudios una adolescente por estar embarazada,
luego aparece en pantalla un padre de familia diciendo a su hija que
debe salir de la casa, luego un joven dudando de su eventual paternidad.
En cada caso la imagen en pantalla se emite en colores y en un momento
se congela, dramáticamente, en blanco y negro sobre la palabra
cómplice, destacada en pantalla.
El tercero
de ellos muestra la imagen de una ecografía en la que se recorre
el itinerario de un feto en el interior del vientre de la madre, allí
éste tiene hipo, se chupa el dedo, entre otras manifestaciones
de vitalidad, humanidad y existencia.
Los spots,
hay que decirlo, sorprenden por su calidad técnica y visual,
por la nitidez de sus mensajes, que apelan al espectador a no permanecer
indiferente, a hacerse parte activa de una opinión identificándose,
ya sea como persona, como padre o madre, a la experiencia de la pantalla.
Mayoritariamente el espectador se manifiesta de acuerdo con lo que se
plantea. Ninguna mujer moderna y liberal podría no sentirse identificada
con la alegría de tener un pequeño hijo y con el sentido
que otorga a la vida la existencia de un niño. Tampoco podríamos
dejar de enternecernos frente a un bebé que en el vientre de
su madre se comporta como un ser humano, ni menos estar en desacuerdo
con que a una joven embarazada no habría que expulsarla de la
escuela, ni de su casa como también aprobar que todo joven debe
hacerse responsable de su paternidad. La verosimilitud de las imágenes
está avalada por el recurso al uso de avanzadas tecnologías
y conocimientos médicos, los mensajes se hacen cargo de la construcción
de conciencia social solidaria para una joven en problemas. Al mismo
tiempo la construcción visual proviene de las estéticas
visuales más difundidas por la moda y los medios; por la producción
de publicidad y de ideales de vida adecuados a formas de relaciones
felices y deseadas, que los medios continuamente muestran, produciendo
un mundo armónico y desprovisto de tensiones; más aún
ésta se construye a partir de las estéticas del melodrama
holywoodense, en boga en la transmisión de formas de sociabilidad
emitidas por las teleseries y otros programas mediáticos que
emulan una vida cotidiana moderna.
Un
ausente: el cuerpo embarazado
Después
de ver reflexivamente estos spots es imposible no leer en ellos algunos
aspectos que complejizan y amplían la productividad de su mensaje.
Chile Unido, el enunciado apela a una comunidad que no existe ni en
la imagen, ni en el discurso. La resolución del problema queda
reducido al ámbito individual, su realidad no remite a la responsabilidad
ni a las obligaciones sociales de las instituciones en, no sólo
acoger, sino resolver este problema. Por otra parte resalta en la construcción
visual una gran ausencia en la producción de estos mensajes audiovisuales,
una gran exclusión, un desaparecido, el cuerpo embarazado, su
deseo, su habla. El cuerpo embarazado es reemplazado por un discurso
abstracto de la maternidad en un caso y por los discursos de autoridad
de los actores educadores, en otro, la familia, la escuela. Incluso
la figura del "pololo" dudando de su paternidad echa una sombra sobre
la fidelidad y la validez de los sentimientos femeninos, aprovechando
la defensa del feto para construir un discurso misógino que cierra
la boca y borra el cuerpo de las mujeres. El mensaje se construye de
ese modo, como respuesta y sanción ética a los discursos
y mensajes que centran su reflexión en la autonomía de
las mujeres y en la facultad de decidir sobre sí misma.
Una pregunta
ética se impone en relación a las formas como este problema
social es tratado públicamente en esta campaña, ¿cómo
resolver un problema social de gran magnitud evitando al máximo
costos físicos y psíquicos de los involucrados más
directos? La pregunta apela a la voluntad política de diálogo,
debate, información, reconocimiento de posiciones en un tema
no consensual; voluntad política de reconocimiento de derechos
y diferencias; en una indagación sobre el poder y los lenguajes
que lo construyen. La campaña en cuestión centra su discurso
en la defensa del niño no nacido, construyendo un discurso a-histórico
y desocializado sobre la situación de sus actores, fundamentalmente
de las mujeres. Para ello se excluye el cuerpo de la madre, el cuerpo
embarazado. La problemática social, económica que lo recubre
deja de tener vigencia. Se habla de un embarazo como hecho consumado.
Sabemos que en Chile por efecto de las influencias de la Iglesia Católica
y de los sectores más conservadores, el problema de la sexualidad
de los jóvenes no tiene canales públicos de información
y debate, la educación pública adolece de programas de
educación sexual y el problema del aborto como problema social
causante de graves anomalías y muertes en las mujeres no ha sido
objeto de debate desde la amplitud de disciplinas y discursos sociales
que podrían hablarlo.
Sin
culpabilizar, sin condenar, sin penalizar
Los abortos
clandestinos, la penalización, el maltrato infantil, la delincuencia
juvenil y otros encadenamientos sociales que devienen de maternidades
desprotegidas y de aceptación forzada de hijos no deseados son
temas que se eluden socialmente y los discursos del poder los hablan
sólo desde la práctica de la condena y la represión.
Tampoco existen políticas públicas de prevención
de embarazos a niveles masivos.
En países
con altos índices de pobreza y de situaciones sociales irresueltas,
éticamente, no podría abordarse este problema sólo
desde una perspectiva de moralidad individual, sabemos del maltrato
y abandono infantil, del aumento de jefaturas de hogar femeninas, de
la creciente ausencia de paternidad y de muchos otros efectos de disolución
social producto de un sistema cultural centrado en valores hedonistas
y economicistas.
En relación
a la construcción de representaciones, el tema del aborto reviste
una problemática fundamental. Es cierto que en esta lucha las
posiciones anti-aborto se sirven de los avances de la tecno-ciencia,
la ecografía entre otros, para producir, sin debatir la humanización
del feto desde su origen mismo y centrar allí toda la atención
con la consiguiente desaparición de la madre como sujeto social
en una situación que le atañe en todos los niveles de
su existencia. Es difícil para las mujeres que luchan por el
derecho a decidir construir representaciones positivas del aborto. Tampoco
habría por qué hacerlo, la pregunta por los derechos sexuales
y reproductivos no considera discursos pro-aborto. De lo que se trataría
es de programar sistemas de información y educación para
evitarlo progresivamente, sin culpabilizar ni condenar, menos penalizar
con la ley.
Sin obviar
la existencia de un sistema mercadista, pensamos que se hace necesario
construir otras representaciones del cuerpo femenino, donde éste
pueda reconstruir su lugar en la escena pública y privada desprovisto
de las retóricas exitistas construidas por los mercados publicitarios.
Los cuerpos y sus múltiples experiencias hacen parte de representaciones
ausentes en los medios de comunicación masiva. El aspecto eludido
por los poderes dominantes de la política, de la iglesia y de
los discursos de las disciplinas del cuerpo es el de reconocer en el
cuerpo de la mujer un derecho y un poder que reclama la facultad de
decidir sobre la administración de su deseo materno.
Una vez
más se hace necesario que al control y la represión opongamos
la necesidad de saber. Lo necesario son campañas de educación
y prevención del embarazo, políticas de educación
sexual y establecimiento de formas de regularización de prácticas
médicas en casos de peligro inminente de la vida de la madre
y/o el hijo/a. Es desde la independencia de discursos no domesticados
por las modernizaciones privatizadoras del neo liberalismo desde donde
podemos, en alianza con otras minorías fuera de las representaciones
dominantes, iniciar nuevas representaciones de los cuerpos en la dignidad
que les confiere una existencia resistida a las mercantilizaciones de
las maquinarias publicitarias y sus discursos.
Las nuevas
formas de hacer política, para las posiciones feministas no pueden
dejar de considerar las mediaciones con que los medios construyen la
visión de la realidad, los discursos y las representaciones.