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La
adolescencia
sin soledad
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Artículo
del Cotidiano Nº28
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Lloran
sin rabia
y envejecen haciéndose más sabias
saben
coger la vida por los cuernos,
pero
también
correr
para no verse en el infierno.
En 1968, tenía
15 años y terminaba el liceo. Vivía en un ambiente familiar
marcado por la política.
Los temas
de la década estaban en mi repertorio: Cuba, revolución,
imperialismo, luchas populares, Vietnam, Praga, dictadura. Convivían
en mi cotidiano los Beatles (la pasión era por John Lennon, más
"cabeza" y contestatario) y Che Guevara, montando un perfil "típico"
de adolescente. A esto se agregaban las demás preocupaciones de
la adolescencia: el pelo, la ropa, la contestación que pasaría
o no por el modo de vestir y el peinado, los muchachos, la identidad.
Desde 1960 usaba la minifalda y el jeans (lo que todavía era visto
con malos ojos por los padres). Pienso, con referencia al hoy, que lo
que caracterizaba el 68 (del punto de vista de quien de una u otra forma
lo vivió) era la imposibilidad de elegir una preocupación
o punto de vista dominante. Las dos consignas, mudar la vida (changer
la vie - transformar la vida) y cambiar la sociedad (changer la société,
transformar la sociedad) se unían profundamente. Como discurso
latinoamericano que era fuerte en aquel momento (respondiendo al discurso
mundial, francés incluso) era el discurso del hombre nuevo. Entonces,
pelo, relacionamiento amoroso, militancia política, música,
tendían a apoyarse mutuamente, formando un intrincado sistema.
Las decisiones
estaban hechas de emoción y pasión, construcción
de identidades estéticas y éticas. La belleza, el cuerpo
convivían con el discurso libertario en el plano político.
Autonomía
para pensar
Un hecho
interesante en aquella época: estudiaba en el liceo Suárez
cuando ocurrió la invasión soviética a Checoslovaquia
(acontecimiento típico y precursor del 68). Salimos del liceo y
se organizó una manifestación enfrente a la embajada (enfrente
del liceo). Yo dudaba, pues la costumbre era manifestar contra los americanos,
nunca contra los rusos (soviéticos en la época). Era extraño
y me sentía dividida entre la solidaridad juvenil (los jóvenes
en Praga contra los tanques) y aquel sistema soviético presentado
como aliado contra los americanos y modelo a ser seguido. Venció
la solidaridad, o sea, fue posible manifestar contra la autoridad, contra
el sistema, aun cuando éste todavía se encontraba investido
de visión positiva.
Una diferencia
con el hoy es precisamente ésta: los signos parciales de la contestación
no se encontraban fragmentados, capturados por el mercado (todavía).
Estos signos parciales (en una época todos, hombres y mujeres,
usábamos jeans y alpargatas) se juntaban y apoyaban en otros, llevando
a una crítica radical.
Entre jóvenes
de la clase media, estudiantes, este momento se revela como ruptura de
preconceptos y de barreras sociales. Es posible moverse entre los obreros,
conocer trabajadores, ampliar los círculos. Más tarde viví
la experiencia, durante una huelga en el iava, de los contracursos (pues
había también una explosión de creatividad en las
formas de lucha, tiempos de diversidad) que discutía los espacios
tradicionales, los espacios y los tiempos del trabajo, del estudio, del
placer, del ocio. Era posible el movimento, estar en otros lugares, vivir
diferentemente los tiempos.
Vacunarse
contra la virginidad
Sobre el
sexo: en una pared del IAVA(69) podía leerse la frase: "la virgindad
produce cáncer: ¡vacunate!" En esta frase cabe parte
del espíritu de 68, pues juega con tabúes, cosas muy serias
y propias de un discurso "autorizado", el discurso médico (enfermedad,
cáncer, muerte) contraponiéndolo al discurso del sexo (vida).
Yo lo tomé muy en serio. Creía que debía perder la
virgindad antes de los 16 años, pues de otra forma, después,
ya estaría vieja y habría perdido la oportunidad.
La relación
de todo esto con la familia era ambigua, como no podría dejar de
serlo. Hacíamos sexo pero mentíamos en casa,diciendo que
íbamos a estudiar en casa de una amiga. Hablábamos más
o menos de las manifestaciones, pues los padres se preocupaban. Nosotros
no: había una sensación de estar «galopando en el
caballo blanco de la historia» (Milan Kundera) y había aquella
impresión muy propia de la juventud de invencibilidad, de fuerza,
de empuje. Las cosas sucedían: muertes de estudiantes, confrontaciones,
violencia. No llegaban a marcar profundamente pues predominaba el «todos
juntos venceremos». Es importante insistir en la identidad colectiva
(mundial, incluso) que se crea en la época y rompe con la soledad
(tan profunda en la adolescencia).
Todo esto
es lo general, el ethos de la época. Teníamos todas
las contradicciones posibles y las idas y venidas y amalgamas de lo tradicional
y lo nuevo (no existe hombre «nuevo» y sí posibilidades
nuevas de vivir que se juntan a las tradicionales). Los chicos todavía
eran machistas: eran los guerreros de la línea del frente. Las
mujeres eran su «reposo», en muchos casos. Pero la posesión
era ya difícil y se circulaba, se podía elegir, decir no.
Nosotras éramos muy bien recibidas (tal vez con un poco de paternalismo)
en los grupos de militancia: salíamos de la «minoridad»
y éramos muy bien recibidas por los hombres que ya habían
salido. Era, sin duda, una nueva visión sobre las mujeres que no
tendría vuelta. En el trabajo, en la militancia, en el placer,
muchos discursos sobre la igualdad entre sexos comezaban a condensarse.
Era un placer (es) ser mujer.
Flavia
Schilling
Flavia Schilling
es hija de exiliados políticos brasileños en Uruguay. Estuvo
presa en el penal de Punta de Rieles desde 1972 a 1980 y actualmente,
casada y con un hijo, vive en Brasil. Es doctora en Sociología
y trabaja como investigadora asociada en sociología jurídica
y derechos humanos.
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