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YO
TE QUIERO YO TAMPOCO
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Artículo
del Cotidiano Nº26
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El siguiente
artículo es parte del documento de trabajo realizado por la Economista
Alma Espino, como insumo para el debate del Taller sobre Mujer y Banca
Multilateral, co-organizado por Red Bancos y Cotidiano Mujer. Del taller
formaron parte mujeres de diferentes regiones de América Latina.
En el próximo número de la revista, desarrollaremos la discusión
generada.
A riesgo
de caer en una actitud provocativa, puede decirse que un indicador de
crecimiento, madurez y consolidación del planteo político
feminista en general, y en particular en nuestro continente, es discutir
la relación movimiento feminista - banca multilateral. Esta afirmación
es por demás polémica; muchas de las interrogantes, las
dudas y los rechazos que ofrece esa relación no están respondidas
ni superadas, total ni definitivamente, aun para quienes compartimos la
presunción o la certeza de su importancia.
¿Por
qué un indicador de crecimiento? Porque muestra que el movimiento
feminista y sus planteos han alcanzado un nivel de profundidad y amplitud
que le permite encarar temas de carácter político y económico
que han sido en general, los más difíciles o menos atractivos
y cercanos a la militancia feminista. Pero ésto sería en
todo caso lo de menos; el aspecto más difícil de encarar
es la "institucionalización" y esto sí, supone crecimiento,
porque supone la capacidad de elaborar propuestas, de articular estrategias
de negociación y de presión política, sobre la base
de la confianza en la experiencia y el saber acumulado de las mujeres.
Este crecimiento
ha sido posible, solamente después de la Conferencia Mundial y
el Foro de 1995, en las que el movimiento de mujeres alcanza niveles de
presión, representación y legitimidad como nunca antes.
Como señala
Gina Vargas en su carta del 20 de agosto de 1996, "... nuestros múltiples
intereses como mujeres han sido puestos en el terreno de lo público-político,
no solo nacional sino también internacionalmente, y se han expresado
las experiencias y propuestas que el movimiento feminista en sus diferentes
expresiones y vertientes, había venido acumulando desde que hizo
su aparición en esta nueva oleada. Desde una postura independiente
pero comprometida con la transformación de la vida de las mujeres
en nuestras sociedades, la autonomía del movimiento aparece
más como un proceso que va tomando contenidos específicos
de acuerdo a la fuerza de articulación, la capacidad de negociación,
aspiraciones y oportunidades de transformación que se dan en un
momento histórico determinado."
La institucionalización
abre nuevas disyuntivas y plantea nuevos problemas, aun dejando de lado
los conflictos más agudos del movimiento en este proceso, como
sucediera en el Encuentro Feminista de Chile. El haber llegado a este
escalón coloca ante dificultades cuya superación no es ni
ha sido un asunto menor.
El movimiento
de mujeres latinoamericano ha tenido una lógica de funcionamiento
condicionado por su origen, la lucha por la reconquista de las democracias
y el enfrentamiento a los estados autoritarios de los 70 y comienzos de
los 80, por lo tanto, estuvo caracterizado por la confrontación.
En la década que transcurre, el escenario político y social
predominante en la región ha cambiado, así como las formas
de hacer del propio movimiento en las nuevas condiciones. Ello ha dado
lugar a una postura crítica negociadora, que pasa de la confrontación
a la propuesta política y por lo tanto a asumir nuevos compromisos.
Toda institucionalización
enfrenta riesgos y desafíos, como lo han demostrado las experiencias
de trabajo con y en los organismos gubernamentales a nivel de cada uno
de los países. El propio proceso a Beijing, la Conferencia, el
relacionamiento con los gobiernos, con Naciones Unidas y CEPAL, constituyó
un desafío al mantenimiento de la coherencia del movimiento; un
permanente tanteo entre los aspectos irrenunciables y las posibles concesiones.
El proceso
posterior a Beijing y las actividades de seguimiento y monitoreo de la
aplicación de la Plataforma de Acción Mundial (PAM) no nos
está resultando fácil, porque es una experiencia nueva,
porque no es la lógica acostumbrada y requiere de un aprendizaje
para cambiar esquemas de comportamiento: implica colocarse en una situación
de interlocución propositiva aunque cuestionadora.
Para encarar
la relación con los organismos financieros internacionales, las
dificultades están vinculadas a las más generales del planteo
de la institucionalización, es decir, las desconfianzas mutuas,
el desafío de distinguir entre la cooptación y la concesión
negociadora, un aprendizaje y una nueva práctica; debe agregarse
que estos organismos han tenido un relevante papel en los últimos
veinte años en América Latina y el Caribe, en relación
a la aplicación de políticas, cuyos resultados en términos
sociales no han sido positivos y en términos de estabilidad macroeconómica
discutible-mente sustentables (el "efecto" Tequila). Es inevitable entonces
que surjan una serie de cuestionamientos adicionales.
¿Es
necesario intentar discutir con el Banco Mundial? ¿Es posible desconocer
su exis-tencia y su importancia? Estas quizás sean las preguntas
y por lo tanto, las respuestas más obvias. Beijing fue la demostración
de que estamos dispuestas a negociar y a legitimar nuestra presencia en
todos los espacios y a tratar de incidir en todos los planos con el objetivo
de la equidad de género.
Pero ¿es
posible, es viable, es fructífero? ¿Cómo se traduce
en la "institucionalidad" la diferenciación entre los intereses
estratégicos de género y los prácticos de las mujeres?
¿Cómo se traduce el sofisticado desarrollo teórico
en relación a la autonomía? Existen indicadores de diseño
y evaluación válidos para cada una de las etapas de un proyecto;
para identificar los impactos sobre las mujeres y sus intereses, para
evaluar los cambios en la situación de las mujeres, para auxiliar
a las mujeres destinatarias, a las asesoras, a los técnicos, a
los burócratas. Pero esos proyectos no están descolgados
de una lógica política general y de una determinada concepción
del desarrollo.
La apertura
de los bancos para introducir las "acciones de género" en sus políticas
parece abrir posibilidades de interactuar y para algunas mujeres resulta
un cambio alentador. Aún así, muchas, razonablemente, pueden
seguir preguntándose, cómo se hace para que nuestra propia
terminología no se vacíe de contenido, al mismo tiempo que
sabemos cuánto hemos aprovechado para los "múltiples intereses"
de las mujeres la "vulgarización" de esa terminología.
Quienes han
venido trabajando en instancias gubernamentales o en relación con
éstas saben de las dudas que asaltan a las mujeres respecto a estas
acciones; de sus desconfianzas, de sus resistencias aun en el marco de
las democracias, aun cuando en algunos casos las interlocutoras "oficiales"
sean mujeres del movimiento. Es natural, que cuando se trata del relacionamiento
con los organismos financieros internacionales estos sentimientos se multipliquen,
y surjan argumentos contrarios a participar en una campaña, a destinar
esfuerzos al cabildeo orientado a estas instituciones: se trata de organizaciones
burocráticas, con una práctica ajena a la participación
social, con un funcionamiento y una lógica política que
da cuenta de intereses hegemónicos, y que pone en evidencia la
asimetría de las relaciones norte-sur. El modelo de desarrollo
impulsado por los bancos que se apoya en el crecimiento económico,
pero no en la distribución equitativa de la riqueza, basado en
el mercado como gran asignador de recursos ha mostrado una gran capacidad
de marginación y exclusión social. El paradigma desarrollista
de lo que se denomina "la corriente principal" ha sustituido la integración
por la uniformidad, se ha apoyado en la fe por un progreso universal y
uniforme que se impuso a las especificidades regionales y locales, culturales,
de género, etc.
¿Hacia
dónde se apunta entonces, por ejemplo, cuando la campaña
"El Banco Mundial en la mira de las mujeres" se propone "institucionalizar
la perspectiva de género dentro de las políticas y programas
de la institución, lo que implica que tanto la inclusión
de esta visión se lleve a cabo en forma transversal en todas las
opera-ciones prestatarias y no prestatarias que el Banco realiza en los
países como que asigne recursos, personal con poder y espacio,
para que la problemática de género sea debida-mente abordada..."
(Campaña del Banco Mundial, agosto de 1997).
La respuesta
a esta pregunta parece ser la que tenemos que perfilar entre todas, atendiendo
a nuestras propias diferencias, a nuestras apuestas personales y colec-tivas;
dilucidar el cómo, el por qué, el para qué y el cuánto,
a la luz de las realidades particulares de los países y sus organizaciones,
del escenario político en el que se desenvuelven, el nivel de institucionalización
alcanzado y el de sensibilización de la sociedad en general.
Alma
Espino
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