POR
MUCHO QUE NOS
DUELA
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Artículo
de la revista
Nº 25
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El 7 de
julio murió la directora argentina María Herminia
Avellaneda.
Durante
más de 40 años dirigió televisión, teatro
y cine. Pero además fue una mujer poco común, capaz
de tomarse igualmente en serio la telenovela "Rosa de lejos" que
"Romeo y Julieta" de Shakespeare.
Siempre
intentó dignificar a la mujer: con su propia vida y con sus
obras. Por eso Cotidiano la recuerda hoy, con un lenguaje de mujeres.
O al menos lo intenta.
"¿Y
ahora dónde estás,
expulsada
de todos los paraísos de este mundo,
sin
haber encontrado tu lugar ni en el bosque de la cigarra ni en
la torre /
de
la hormiga.
Y
ni siquiera en un páramo de soledad que se amoldara como
un hecho resignado /
a
tu cuerpo,
como
una almohada de renunciamiento a tu cabeza?" /
(1)
Te moriste.
No como leí por ahí de una enfermedad que comenzó
hace 2 años.
Me acuerdo
bien. Fue el 20 de agosto de 1993. Ese día fuimos a ver juntas
a Liza Minelli en el Luna Park. Hacía pocos días me
habías contado por teléfono que te operaban el 25
de agosto. Fue hace casi 4 años. Cáncer. No importa
dónde ni cómo, pero sobreviviste a la quimioterapia,
a la radioterapia y a todos los que te rodeábamos obligándote
a no morirte. Como si a tu vitalidad le hiciera falta. Le llamabas
San Sofrán y San Taural a los medicamentos que evitaban las
náuseas, y todos los 25 de agosto siguientes al 25 de agosto
de tu operación, organizaste una fiesta con tus amigos.
Hacía
meses que no te veía. Pero por teléfono me contaste
muchas cosas. Tenías millones de proyectos para el teatro,
el cine, la televisión. Quizás por eso pensé
que vivirías 100 años más. El 28 de setiembre
del 93, 33 días después de tu operación, viajaste
a Montevideo en el Buquebús y me trajiste de regalo todos
los libros de Olga Orozco que encontraste en Buenos Aires (1).
Yo había perdido los míos en mis idas y venidas de
los últimos años.
Viniste porque
decías que el Uruguay te hacía bien. Y seguiste viniendo.
Te gustaba "la" Conaprole, "la" 18 de julio, Idea Vilariño,
la comida de Montevideo, la gente, los tacheros, la radio uruguaya
donde -decías- podías escuchar hablar de Heidegger
a un comentarista deportivo. Y te gustábamos unos cuantos
amigos con los que -decías- hablabas de cosas que en Buenos
Aires era imposible.
Mentira. En
realidad eras vos la que hacías posible hablar de cosas imposibles,
en Buenos Aires, Villars, Montevideo, París o Pehuajó.
"Ya
habrás cruzado lúcida, con tus ojos de
lámpara
votiva, /
ese
punto de fuga del que hablabas,
donde
empieza a invertirse la distancia y a
ensancharse
la tierra de la promisión. /
Ahora,
cuando podrías enseñarme todos los subterfugios
del camino, /
simularás
sin duda no saberlos para exaltar las orgullosas tentativas de
mis pies /
y
erigirme un sitial de reina de mis errores,
igual
que de este lado".
Hay un lenguaje
del poder: es racional, conciso, claro, fuerte, seguro.
Es el idioma
de los vencedores.
Hay otro lenguaje:
el de la intuición, la imaginación, la confusión,
los atajos, la ternura, la inseguridad, las mujeres.
Todo lo que
he leído o escuchado por ahí sobre tu muerte, ha sido
escrito o dicho en el lenguaje de los fuertes, aun cuando mucho
ha sido escrito por mujeres.
Yo aprendí
con vos, el idioma de los débiles y los vencidos. "No
hay nadie que sepa tanto como un vencido. No hay nadie que
ignore tanto como un vencedor", decía Alvaro Mutis.
Lo aprendí
en Buenos Aires, a partir del 79, cuando yo, una exiliada uruguaya
de izquierda, te conoció a vos, una argentina de centro,
que discrepaba fuerte con la izquierda, aunque tenía la mala
suerte de que casi todos sus amigos estaban en ella. Oriental y
laica, versus occidental y cristiana, como dijo María Elena
Walsh.
Leías
"La Nación", te gustaba Raymond Aron, Le Figaro, muchos teóricos
de la derecha y sin embargo fuiste mi maestra de tolerancia. Con
vos aprendí para siempre que la honestidad intelectual es
la más fuerte de las éticas. Y era la tuya. La de
siempre respetar al otro, al diferente, al discriminado. Lo que
no te impidió pelearte a veces con mucha fuerza por las cosas
en las que vos creías y yo no. O viceversa.
No eras una
vencida, ni mucho menos una débil. Eras una mujer de "perfil
bajo" pero superexitosa. Habías dirigido la carrera de María
Elena Walsh, poniendo en escena sus obras infantiles y para adultos.
Luego lo hiciste con Susana Rinaldi, en Buenos Aires y en París.
Tuviste en tus manos éxitos de locos, como la telenovela
"Rosa de Lejos" que llegó a tener 40 puntos de rating (4
millones de espectadores diarios). Para vos no era indigna la telenovela,
la hacías con la misma perfección que "La Bahía
del Silencio" de Mallea, o "Alfonsina", o Ibsen, o Shakespeare.
Te enojabas y recordabas que nadie consideraba superficial a Dostoievsky
y él también escribía por entregas. Pero sabías
tanto como un vencido. Sabías que la risa es erótica,
que el pasto crece también debajo de los eucaliptus si uno
tiene paciencia, que vale la pena rescatar dos perras abandonadas
en Punta del Este y llevártelas a Buenos Aires con los uruguayísimos
nombres de Delmira y Agustina. Tus gatos se llamaban Alfonsina,
Chejov, Lenin y -premonitoria, malgré Mauro Viale-, la primera
se llamó Samantha y fue la madre de mi gata Marilyn que hoy
tiene 15 años.
Sabías
que valía la pena, desde los 22 años, pasarte 40 y
pico de años dirigiendo tele para dignificarla, sabías
ser feminista en los hechos, ser franca, ser protagonista y pasar
indavertida.
"¡Hemos
andado juntas tantos años palpando las costuras que nos
unieron a esta /
trama!
Tú
cortaste los nudos y soltaste de un golpe todas las puntadas,/
con
ese mismo exceso con que repartías tu pan y te precipitabas
en el abismo /
y
en la hoguera
-sí,
el desmedido amor, la pasión desmedida,
La
desmedida inercia frente al rito vampiro de la fatalidad-".
Hace casi 20
años inventaste "La Bagatelle", una casa quinta de fin de
semana en un pueblito abandonado por el ferrocarril a 90 kilómetros
de Buenos Aires. Se parecía a Paso, donde naciste. Tenías
una legión de amigos que aprendimos con vos a matar yuyos,
plantar frutales, pintar paredes, cosechar y comer lechugas coloradas
y habas y frutillas, y a veces a enloquecernos porque la acelga
era demasiada o los zapallos crecían desmesuradamente. De
noche se hablaba de la Argentina, de semillas, de la guerra de las
Malvinas, de la maldad de las hormigas, de Borges, de Olga Orozco,
de teatro, de vacas embarazadas, de Cunil Cabanellas, de cómo
se hacía la manteca o de cómo se hacía televisión
en vivo en los años 50 y 60.
Eras excesiva
para vivir: invitabas a esa casa a más gente de la que cabía,
invitabas a cenar después del teatro a otros miles, compartías
como nadie un libro recién leído, podías pasarte
toda la noche despierta haciéndolo: recuerdo tu relato de
"Santa Evita" y que me perdone Tomás Eloy Martínez
pero tu cuento era tan bueno como su libro.
Eras desmesurada
para los relatos, también contabas como nadie historias reales
y muchas veces pequeñas, que te habían sucedido en
un taxi de París donde el tachero era experto en Marta Argerich
y Chopin, o en una oficina pública de la provincia donde
las telefonistas no te atendían porque "tenían acidez".
Relatabas con la voz y con el cuerpo y nos asignabas roles para
cumplir en el relato. Ahí también eras actriz y directora.
Nos reíamos de tus cuentos hasta llorar y vos también
llorabas de risa.
Eras muchas
cosas más que no pienso escribir porque además de
histriona y excesiva eras también tímida y pudorosa,
austera e indecisa.
"¿Alguna
vez podríamos tomarnos de la mano,
cuando
estemos muy solas,
cuando
el pavor recubra con pelambre de tigre todas las ventanas? /
Mi
mano, al encuentro de la tuya, no recibe
respuesta,
/
como
si resbalara por la desnuda y ciega
superficie
del espejo que borra." /
Las crónicas
de tu muerte dicen que "la televisión se quedó sin
una gran directora" (2)
Es cierto.
Agregan
que "lo tuyo pasaba por dejar una huella en la televisión"
(3)
Es cierto
Dicen que
eras "melancólica, y te reconocías vacilante" (4)
Es cierto.
Agregan
que tu "don era el de desentrañar lo que otros tienen dentro,
revelarlo para que todos lo disfruten sin promoverte descubridora
de nada" (5)
Es cierto.
Sostienen
que tu vida no tuvo prejuicios, que "respetaste la libertad con
mente de persona libre, e invocaste siempre la dignificación
de la mujer" (6)
Absolutamente
cierto.
Pero ni ellos
ni yo podremos escribir lo que no puede ser escrito: la soledad,
el miedo, el pavor, la mano que no recibe respuesta, la biografía
de tu alma, la compañía, el valor, el coraje, la alegría,
la mano que siempre dio respuestas.
"Y
olvídanos junto a la loza rota, los
calendarios
muertos, los zapatos; /
olvídanos
tiernamente, con esa fervorosa
obstinación
que tú sabes, /
pero
olvídanos, por mucho que te cueste,
por
mucho que nos duela todavía".
Dicen que el
lunes fuiste al médico y te mintió diagnosticándote
hepatitis.
Dicen que consultaste
otro médico, amigo, que volvió a mentirte.
Dicen que estabas
muy cansada pero lúcida y optimista.
Dicen que el
jueves dijiste "quiero dormir 15 años", pero seguiste bromeando
y levantándote a comer con quienes nunca se separaron de
tu lado.
Dicen que el
viernes te diste un larguísimo baño de inmersión
y apretaste fuerte una mano como único signo, descubierto
después, de una posible despedida.
Dicen que agonizaste
entre el sábado y el domingo, pero sin darte cuenta.
Dicen que el
lunes 7 de julio a las 3 de la mañana, te moriste.
Dicen que te
enterraron ese mismo día a las 3 de la tarde, porque vos
así lo habías dispuesto.
Yo no sé
nada. Y si supiera, escribiría igual. Por las dudas.
Sólo
sé que no terminé de creer que te moriste.
Ayuda no vivir
ya en el mismo país, a 4 cuadras de tu casa.
Ayuda no haber
tenido tiempo de llegar a tu entierro.
No ayuda haber
ignorado que te quedaban pocos días de vida.
A mí
no me ayuda. A vos no lo sé. No creo que te engañaras.
Creo que, como
tantas otras veces, vos les dejaste creer a los demás lo
que ellos necesitaban creer. Y te despediste como viviste, sin miedo,
lúcida, protegiendo a tus amigos, sin avisos, ni últimos
deseos, salvo un sandwich de salame que les hizo creer a todos que
estabas mejorándote.
Con esa
"fervorosa obstinación" que vos sabías, aunque
muchos pensáramos que esta vez también "por delicadeza
perdiste tu vida". (7)
No sé,
pero si vos sabías que te morías y no lo dijiste,
quizás no fue sólo por pudor, sino que también
fuiste una artista de tu muerte. Seguro fuiste una artista de la
vida. Creabas otra realidad, no sólo en el teatro, la tele
o el cine, sino también en el living de tu casa, tomando
cafés interminables, buscándole siempre sentidos nuevos
a la vida. Aunque no los encontráramos. Lo importante era
la búsqueda. Ahora que están de moda los libros sobre
la "inteligencia emocional" me doy cuenta de cuanto hay en
vos de intelectual del afecto, de la amistad, de la solidaridad.
Por eso lo
de Orozco, "olvídanos tiernamente, por mucho que nos duela
todavía".
Yo no pienso
olvidarte, por mucho que me duela para siempre.
Mariela
Genta
Notas:
1) A uno de
esos libros de Olga Orozco pertenece el poema que transcribo parcialmente,"Por
mucho que nos duela todavía" de su libro "La noche a la deriva".
2) y 3) Clarín, 8/7/97
4), 5) y 6) La Nación, 8/7/97
7) Extraído del poema de María Elena Walsh "Como la
cigarra"; "Si por delicadeza perdí mi vida, quiero salvar
la tuya por decidida".
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