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Carmen
E. Sanabria,
Mercedes Nostas,
María Jenny Román
El nuevo gobierno sustentado en fuerzas sociales y políticas fundamentalmente
de origen campesino e indígena, visibiliza actores, visiones y
lecturas de la sociedad boliviana, que apelando a recursos discursivos
de lo popular, lo indígena, lo rural, lo andino comunitario y colectivista,
la Bolivia profunda, buscan cambios en las relaciones de poder
del actual Estado considerado colonial.
Motivadas por la invitación para escribir sobre la realidad de
nuestro país en esta nueva coyuntura, que muchos/as caracterizan
como de transición histórica, presentamos un
conjunto de reflexiones escritas a varias manos1 y en clave de conjeturas
y provocaciones, aclarando que se trata de una mirada que parte desde
nuestras visiones feministas y desde un punto de vista de quienes vivimos
en Santa Cruz, región oriental de Bolivia.
Nos
anima un afán de abordar y compartir algunas dimensiones complejas
y desafiantes que presenta el contexto y el momento político, tratando
de recoger algunas tensiones al interior del movimiento de mujeres así
como sus implicaciones para los avances del feminismo.
¿Y
las mujeres?
El
movimiento de mujeres, en sus diversas vertientes ha sido un sujeto político
en el país en las últimas tres décadas. En este momento,
las mujeres campesinas organizadas en la Federación de Mujeres
Bartolina Sisa, mujeres cocaleras y trabajadoras del hogar, son una importante
fuerza política en el actual esquema de gobierno, perfilándose
como hege-mónicas en el nuevo bloque de poder emergente de las
elecciones de diciembre de 2005 y desplazando a las mujeres urbanas y
profesionales, fundamentalmente del ámbito de las ONG, que habían
ejercido un alto nivel de interlocución y mediación con
el Estado.
Aunque
es temprano para formular afirmaciones categóricas respecto a posibles
retrocesos o a virtuales avances en la situación de las mujeres,
podría ser ilustrativa del momento actual la relación de
dos situaciones que perfilarían orientaciones y tendencias desde
que el gobierno asumió el poder.
El Viceministerio de la mujer, el género y las cuotas
El
Viceministerio de la Mujer, mecanismo de género dentro del Estado,
ubicado durante las anteriores gestiones de gobierno en el Ministerio
de Desarrollo Sostenible, significó un logro para las mujeres.
Aunque instrumentalizado por los partidos neoliberales y limitado en su
concreción por el propio carácter de las políticas
de ajuste estructural y la ideología patriarcal de los operadores
políticos, viabilizó una política de Estado y la
posibilidad de la transversalización del enfoque de género
así como su abordaje en el área del desarrollo económico
y productivo.
La
nueva Ley Orgánica del Poder Ejecutivo recientemente sancionada,
sitúa este mecanismo en el Ministerio de Justicia. Esa medida tiene
diversas implicancias puesto que, por una lado, representa una pérdida
de su nivel jerárquico y de su ubicación estratégica
en la estructura del Ejecutivo. Por otro lado, limita las posibilidades
de incidir transversalmente en los diferentes sectores de la administración,
con el riesgo de restringir su accionar al ámbito del propio Ministerio
de Justicia.
El
movimiento de mujeres articuló acciones para que el mecanismo de
género fuera ubicado en el recién creado Ministerio de Planificación,
considerando las posibilidades de incidir estratégicamente en la
planificación de políticas económicas, sociales y
culturales del país. El proceso puso en la mesa un conjunto de
tensiones políticas e ideológicas internas al movimiento
de mujeres y frente a las fuerzas populares en función de gobierno.
En palabras de la feminista Lupe Pérez, de Santa Cruz:
... las tensiones de clase, urbanos- rurales, de culturas, de posiciones
políticas e ideológicas y otras, están en la base
de nuestra negociación por el mecanismo del Estado para atender
los problemas de discriminación de las mujeres...
El
discurso esgrimido para justificar ese cambio institucional recurrió
a varios argumentos, entre ellos a la presencia de mujeres en el poder
ejecutivo, en cargos tradicionalmente" reservados a los varones
(Ministerios de Defensa, Desarrollo Económico y Productivo, Justicia
y Salud), asumido como un asunto de primer orden para el gobierno. Julieta
Montaño (Artículo, ¿Por qué el Viceministerio
de la mujer o de género?, 2006) muestra que se señala la
desaparición del Viceministerio de la Mujer por considerar su existencia
discriminatoria e innecesaria, ya que al existir mujeres en el gabinete
ya no se justifica el funcionamiento de un mecanismo especial para las
mujeres. La otra propuesta es crear el Viceministerio pero no otorgándole
la responsabilidad del diseño, ejecución y seguimiento de
las Políticas de Género, sino de la atención de todas
las poblaciones vulnerables o en riesgo de vulnerabilidad (Niñez
y adolescencia, tercera edad, etc.).
Otro
argumento alude a que en los gobiernos pasados ese espacio de género
dentro del Estado habría excluido a sectores de mujeres. La diputada
nacional del MAS Julia Ramos, dirigente campesina de mujeres de Tarija,
expresó que
... las mujeres estamos seguras que ocuparemos importantes espacios de
poder, no nos contentaremos con un Viceministerio como reducto de las
mujeres, del cual a veces sólo algunas mujeres se aprovecharon
(Boletín Red ADA, 19 de enero de 2006).
Sin
embargo, declaraciones previas de representantes del MAS en función
de gobierno registradas en el boletín de coyuntura especial de
la RED ADA (19 de enero, 2006) muestran posiciones que no condicen con
las medidas finalmente adoptadas por el gobierno. Nemesia Achacollo, Diputada
nacional por el MAS y ejecutiva de la Federación de Mujeres Bartolina
Sisa, manifestaba:
"no se puede pensar en la desaparición del Viceministerio
(de la Mujer), más bien las mujeres estamos en pie de lucha para
la creación de un Ministerio de Género que se ocupe de trabajar
en todos los temas que nos atañen a las mujeres campesinas, originarias
del país, lo demás son rumores o malas interpretaciones.
Según declaraciones de importantes mujeres dentro del MAS, no sólo
el Viceministerio de la Mujer seguirá trabajando, sino que se busca
incorporar transversalmente en la estructura de gobierno estrategias y
políticas públicas a favor de las mujeres.
Se
puede observar ambigüedad en el discurso y en la práctica
de las mujeres en función de gobierno, por la presencia de un cierto
nivel de identificación con el tema de género, al mismo
tiempo que se lo niega y se lo intenta invisibilizar. Esta ambigüedad
está también presente en mujeres del movimiento amplio,
que prefieren ser cautas en sus análisis y en sus acciones priorizando
el momento político de emergencia de actores tradicionalmente marginados
del poder.
Es interesante señalar que en el discurso y en el imaginario de
dos líderes campesinas diputadas y en el de la actual Ministra
de Justicia se advierte resistencia hacia las propuestas de acción
afirmativa, cuando se refieren a la expresión que lo que vale es
ganar los espacios políticos a pulso (La Prensa, 8
de marzo de 2006) y cuando comentan que la cuota del 30% (instituida por
ley) constituye una limitante antes que un impulso. La Ministra
subraya: el 30% es una cifra muy uniforme y parece una receta llegada
de afuera, y asegura que ese porcentaje se puede superar. Recurriendo
al concepto de mérito y a las capacidades, afirma:
Toda mujer tiene que hacer el sacrificio y el esfuerzo, si no se esfuerza
y se sacrifica es imposible que le regalen algo.
Hasta
el momento se puede observar la inclusión de mujeres en el primer
nivel jerárquico de cuatro ministerios. En el poder legislativo
la presencia femenina no llega al 20%, disminuyendo varios puntos con
relación a la anterior legislatura, tanto en el número de
senadoras como diputadas, especialmente en términos de parlamentarias
suplentes.
Participación
de las mujeres en la Asamblea Constituyente
Desde
que en 2002, algunas organizaciones de mujeres feministas de Santa Cruz
se involucraron en la movilización popular indígena campesina,
demandando la instalación de una Asamblea Constituyente, ha corrido
mucha agua. La Asamblea Constituyente como mecanismo participativo de
reforma de la Constitución Política del Estado, formulado
en la necesidad de construir un nuevo pacto social en la perspectiva de
definir un nuevo Estado, nos animó como movimiento de mujeres a
participar en ese proceso deliberativo para introducir nuestros derechos
y demandas específicas y ciudadanas.
Fueron
casi tres años de análisis, discusión y elaboración
de propuestas para fundamentar los criterios de equidad, paridad y alternancia
en la representación política, en la perspectiva de asegurar
la participación y la presencia de las mujeres como asambleístas.
Se dedicó un importante esfuerzo para formular un mecanismo electoral
que viabilizara el objetivo. El planteamiento fue socializado y compartido
entre las múltiples expresiones del movimiento de mujeres en Bolivia,
con una alianza implícita que sostuvo una propuesta de paridad
para consolidar el 50% de participación de mujeres en la Asamblea
Constituyente.
La
Ley Especial de Convocatoria a la Asamblea Constituyente, aprobada los
primeros días de marzo de 2006, sin embargo, no recoge las demandas
de las mujeres. Aunque la norma establece la alternancia en las listas,
la fórmula y el sistema electoral adoptado no permite que la presencia
efectiva de las mujeres sobrepase el ya clásico 30% de mujeres.
Este
resultado ha generado frustraciones respecto a las expectativas puestas
sobre ese proceso deliberativo y el pacto social por construirse. En Santa
Cruz, voceras del movimiento de mujeres realizaron un pronunciamiento
público el 8 de marzo, donde dan muestras de esa percepción
evidenciando que la ruta de propuestas de las mujeres confronta mayores
escollos y la contingencia de ser relegadas y/o dejadas de lado:
... el 18 de diciembre marcó un hito trascendente para Bolivia:
las mujeres nos sentimos parte de esa transformación, iniciamos
el camino del fin de estructuras coloniales y racistas. Sin embargo, los
hechos demuestran que para nosotras, las mujeres, el camino es más
adverso...
Podríamos decir que este proceso da cuenta de una cierta analogía,
entre los partidos tradicionales y las nuevas fuerzas emergentes,
que en el legislativo coincidieron y aunaron voluntades para promulgar
una ley que ignoró las demandas y los derechos de las mujeres e
incluso avances logrados en otros instrumentos normativos.
Nudos
y tensiones en la coyuntura presente
La
actual es sin duda una coyuntura de cambios históricos en el país.
Respecto a las mujeres y a sus movimientos, algunos nudos y tensiones,
puestos en forma sintética nos remiten a:
Los
asuntos de representatividad e intermediación al interior del movimiento
de mujeres, donde en muchos momentos redes de ONG ejercieron un liderazgo
de carácter centralista y clasista, asumiendo la vocería
del conjunto de organizaciones, de regiones y sectores de mujeres, la
interlocución con el Estado y el sistema político y la concentración
del financiamiento desde las agencias internacionales de cooperación.
Un
conjunto importante de las ONG de género que se visualizaron con
funciones de mediación hacia el Estado, y que en algunos momentos
ingresaron a la gestión pública, dotando al mecanismo de
género del Estado de interesantes niveles de acción, y que
en la actualidad no están siendo tomadas en cuenta.
El
estado de complejidad, diversidad y de fragmentación del movimiento
de mujeres, que en la actualidad expone unas alianzas disminuidas, y en
algunos casos niveles de antagonismo y rechazo público a las agendas
de género, especialmente en la zona andina, en tanto dichas alianzas
se habían establecido de manera formal e instrumental, por ejemplo
entre ONG y organizaciones campesinas e indígenas.
La
atribución de legitimidad y de única interlocución
válida que se hace desde las fuerzas populares en el poder político
en términos de representación de las mujeres, centrada en
el sector de mujeres campesinas e indígenas a partir de su origen
identitario y su condición de clase, invisibilizándose la
situación común de marginación y de exclusión,
en tanto género, que éstas tienen con otros grupos de mujeres,
urbanas, productoras, feministas, etc.
La
ideología y tendencia aymarocentrista, posicionada en el escenario
actual, que valoriza un concepto de cultura esencialista y estático,
y de relaciones sociales de género basadas en nociones de complementariedad,
construcción que desconoce las demandas específicas de las
mujeres, supone la inexistencia de conflictos de género y puede
llegar a justificar situaciones de postergación y discriminación
bajo el argumento de derechos basados en usos y costumbres.
En esta visión es común encontrar afirmaciones como: el
machismo es occidental; en el mundo aymara los hombres lideran como jefes
de familia y las mujeres complementan.
Un
gobierno que puede poner mayor atención para resolver demandas
y reivindicaciones de clase, como lo urgente frente al ejercicio pleno
de derechos considerados de carácter individual, como
suelen ser (des) calificadas algunas demandas feministas, desplazadas
a un segundo plano y desvalorizadas por concepciones comunitaristas, en
boga, que priorizan derechos colectivos y usos y costumbres.
En
tal sentido, las prioridades que las organizaciones de mujeres pertenecientes
al bloque político emergente podrían colocar en la agenda
gubernamental y la gestión pública, están relacionadas
a lo que llamábamos necesidades prácticas de género,
es decir a la satisfacción de necesidades básicas y a garantizar
el ejercicio de DESC.
Hay
quienes consideramos que la situación actual representa un retroceso,
por los factores expuestos arriba. Otras creemos que a pesar de ser un
contexto adverso, a través del diálogo y de una construcción
de alianzas políticas y acuerdos mínimos entre mujeres es
posible recuperar lo que en estos dos meses se ha desvalorizado y avanzar.
En
perspectiva tenemos dos escenarios igualmente importantes y estratégicos
para nuestras causas: Asamblea Constituyente y sistema de descentralización
y autonomías. Allí debemos instalar asuntos de la política
feminista: Estado laico, derechos sexuales y reproductivos, acciones afirmativas
contra la discriminación y la violencia, reconocimiento de identidades
y libertades sexuales, acceso de las mujeres a la tierra, a la representación
política y el ejercicio de la toma de decisiones en las estructuras
de poder, entre otras muchas demandas.
Pero
además cuenta el hecho que nuestro discurso y nuestro quehacer
político también debe estar orientado en la perspectiva
de colocar propuestas en el imaginario colectivo, donde se construyen
valores, referentes y sentidos comunes.
Santa Cruz, 16 de marzo de 2006
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